viernes, 4 de agosto de 2023

Yo quería dedicar un soneto a la luna


Otra vez suena la alarma

en la casa del vecino.

La alerta altera 

este amorío insomne con la palabra noche,

se infiltra roja, pesadilla,

en los sueños fraternales de los niños,

desata los ladridos,

las rabias previsibles,

televisables.


Otra vez

el chúcaro azar

o una persistente falla en el sistema, 

                                                          dispar,

dispara

el megáfono amplificador del miedo del vecino,

como un intruso que vulnera

catorce muros alejandrinos,

cerraduras consonantes,

vidrios espejados,

e irrumpe

sin sigilo

en el pulso

ajeno.


Otra vez

su altisonante celo propietario a los cuatro vientos, 

la suntuosa vigilancia creciente de sus bienes,

aúlla 

como un mal

presagio nocturno.


Vecino,

tu alarma me saca 

de la órbita prístina,

del sonidito de confort,

me deja girando, otra vez, otra vez y otra vez, 

satélite,

                   desencajada,

palabra piedra redundante

alharaca mordaz,

apenas crítica.


¿Adónde se fue el amor por la palabra justa?

¿Quién se robó la voz de los crucificados?

¡Si al menos pudiéramos vislumbrar

la cara oculta!


El miedo hace ruido, lo sé, vecino mío

¿Acaso no resuena, arrítmico en la noche, mi propio temor, 

de verme arrebatada?


¿Siempre tendremos miedo a la oscuridad, hermano?

Si la luna nos alumbra a todos, se llena

                                                               y rebalsa

para todos.

¿Siempre tendremos un licántropo bajo la piel, 

esperando la oportunidad para devorarnos las entrañas? 

¿No será tiempo de despertar?

¿De menguar,

                       y dar de nuevo?

¿De invertir la clave

                             de seguridad?


No te alarmes hasta los dientes, vecino,

que tarde o temprano todos vamos a sonar.


Dame la mano, hermano,

tratemos de conciliar 

nuestro sueño

en paz.